Carolina Castillo*
Con todo lo que está pasando en las escuelas, lo que nos llega por los diferentes medios de comunicación, el índice de “acoso escolar” que están experimentando nuestros niños y jóvenes en los planteles educativos del país, es alarmante.
Si bien es cierto, el tema no es nuevo, ni tampoco es exclusivo de nuestra sociedad, la historia de la humanidad siempre ha sido violenta, y hemos creído y aceptado en cierto grado que esa violencia corresponde únicamente al mundo de los adultos, sin reconocer la vulnerabilidad de nuestras acciones en los más jóvenes, y es aquí donde la violencia es inadmisible, reprochable y repudiable.
Ahora bien, esta clase de violencia ejercida por los niños en los salones de clases, reconocida desde finales del siglo XX como “bullying”, ya no es un evento extraordinario que pasa de tanto en tanto, ya traspasa el simple comportamiento negativo del estudiante brabucón, ahora se han cobrado vidas, siendo ésta una de las formas más dolorosas para una sociedad de admitir la crisis de valores y de autoridad en la que se está inmersa.
Además no es raro, que cuando se habla de violencia, siempre vemos lo que pasa a nuestro vecino, o al de más allá, nunca pensamos sufrirla en carne propia y como comunidad en ciertas ocasiones nos hacemos los desentendidos, pues nunca creemos que nos llegará y cuando lo hace, encontramos causas externas a nosotros o a nuestras familias como justificante de ello.
Tanto hemos perdido el valor de la educación y la autoridad frente a nuestros hijos como padres, que le hemos otorgado de forma exigente al Estado dicha labor, y creemos en este ente externo al vínculo primigenio, que es capaz de recobrar esta autoridad, ahora entendida como “mano dura” y no como nos fue otorgada por la simple calidad de padres de familia, donde dicha autoridad no es otra cosa que ayudar a crecer a nuestros hijos, desde el punto de vista del respeto y el afecto.
Y el resultado de todo esto, es que ahora el Estado Mexicano debe hacerse cargo de todos nuestros hijos, y las escuelas e instituciones educativas no solo pasan ejercer su labor especifica sino que adicionalmente deben velar por la socialización primaria de nuestros pequeños, siendo objetos de nuevas demandas, para las cuales no están preparadas ni hoy ni nunca, puesto que esta socialización la debe aprender el niño desde su casa, desde su familia.
El resultado de esta sociedad, es el fiel reflejo de su núcleo, la familia; puede que toda la violencia ejercida por nuestros niños, sea considerado problemas de salud pública o de educación, el Estado puede ofrecer programas pilotos, un sinnúmero de guías para prevenir y detectar este problema, que como se ve no es exclusivo de las escuelas públicas sino también de las privadas, y va a todos los niveles educativos del país, pero si no somos responsables como padre de familia de nuestros hijos, de su primera educación “de la que proviene de casa”, todo este buen obrar del Estado no llevará a nada.
Nunca es tarde para recordar, que los niños son educados para ser adultos y si los padres dejan de ejercer esa ayuda necesaria para ello, es el Estado que viene a suplirla y ya no de una forma armoniosa, ese despertar a la realidad de nuestros hijos será a la fuerza, pues es al Estado paternalista al que le estaremos exigiendo control y vigilancia a todas estas actitudes negativas de la sociedad.
*Carolina Varela Castillo, es Investigadora del Departamento de Derecho de la Universidad de Salamanca y cuenta con Maestría en Derechos Humanos y Derecho Comunitario.*Abogada por la Universidad Javeriana de Bogota y Especialista en Derecho Tributario y Fiscal, por la Universidad de los Andes. *Es colaboradora del Portal Digital de la Revista Potosina de Educación, desde 2013.