Carolina Varela Castillo*
Sin discusión alguna, la educación es lo que nos hace humanos, nacemos hombres pero la condición de humanidad proviene del aprendizaje diario, del saber que somos y hacemos parte de esa condición, aprendemos inconscientemente de todo lo que nos rodea, pero necesitamos de la experiencia de otros, de su conocimiento para ser lo que somos, por ello la importancia de los procesos educativos dentro de una sociedad.
El desconocimiento de las cosas en nuestros primero años, va mermando con el aprendizaje formal e informal que se va dando, no sólo en las etapas tempranas de la vida, sino a lo largo de ella, ya que el aprendizaje es diario y continuo se valora en gran medida el compartir conocimientos de lo “ya sabido” por los mayores, y en ocasiones por quien ya haya tenido la experiencia, sin importar edades. Es un conocimiento global que pertenece a toda la sociedad.
Este conocimiento, que se va aprendiendo de unos a otros se ve en las sociedades primitivas, éstas nunca tuvieron una institución educativa específica, y básicamente se aprendía de los congéneres más experimentados, sin que esto constituyera una gremio de enseñanza cualificada, las primeras instituciones educativas aparecen en el momento en que debieron enseñar “saberes” más abstractos y complejos, debido a las exigencias de una sociedad evolucionada.
Y es aquí en una de estas sociedades evolucionadas de la antigüedad, donde hace su aparición la “paideia”, en la cual el ideal educativo griego tuvo su esplendor, surgiendo ya en las ciudades-Estado o polis, en el “helenismo tardío” (323 a.C al 30 a.C aproximadamente), se desarrollaba un método binario, que aún hoy no nos es desconocido, los niños de esa época gozaban de una educación entre el “saber ser” y “saber hacer”, básicamente entre la trasmisión de valores y el conocimiento técnico.
Estos saberes convergían entre la educación propiamente dicha y la instrucción, con el fin de conseguir hombres con los más altos grados de virtud, fuerza y destreza, estos conocimientos eran impartidos por dos figuras específicas, el pedagogo y el maestro. Entre el primero y el segundo, el pedagogo era un educador, era básica su labor dentro del hogar, su conocimiento se proyectaba a instruir a los niños y adolescentes sobre valores esenciales de todo ciudadano e integridad moral, forjando su carácter y su sentir patriótico, mientras que el maestro, era un simple instructor una figura secundaria y externa al hogar. Mientras que la educación del primero iba inmersa a la función del ciudadano en la polis, dedicándose a la legislación y el debate político, la segunda se enfatizaba en la proyección del individuo a los trabajos manuales, a destrezas técnicas.
Si bien en cierto, esta distinción en nuestros días carece de cualquier fundamentación, debido a que ya nadie cree que la una sea más importante que la otra, y aún más estas clases de educación se encuentran unidas y se necesita de las dos, ya que no se puede educar sin instruir, y obviamente no se puede instruir sin educar, ¿cómo deslindar el conocimiento científico sin inculcar valores?, es imposible.
Necesitamos hoy día, hombre y mujeres completos con un conocimiento básico, el desarrollo de la inteligencia con su formación humana, por eso se tiende a buscar un sistema educativo en el cual, se desarrolle todas las potencialidades de los alumnos con el fin de llegar a forjar ciudadanos íntegros y científicamente competentes.
**Carolina Varela Castillo, es Investigadora del Departamento de Derecho de la Universidad de Salamanca y cuenta con Maestría en Derechos Humanos y Derecho Comunitario.*Abogada por la Universidad Javeriana de Bogota y Especialista en Derecho Tributario y Fiscal, por la Universidad de los Andes. *Es colaboradora del Portal Digital de la Revista Potosina de Educación, desde 2013.