Roberto Gutiérrez
Hablar mal, o más bien dicho con maldiciones, según los cánones de las buenas costumbres de nuestra sociedad, no es solo un mal hábito, es también una costumbre que todos hemos practicado alguna vez.
Esas palabras que nos incomodan cuando se dicen frente a la familia, a las hermanas, en un acto solemne o bien en una ceremonia de postín, tienen una raíz biológica según los estudiosos del tema, basado en el disfrute interior que nos permite burlarnos de las reglas establecidas para traspasar esa línea entre lo permitido y lo prohibido.
Y la verdad, todos o por lo menos la gran mayoría las hemos dicho en público, entre cuates, en la oficina, en la escuela, en la recamara, en el baño, si se nos cayó el jabón, nos cortamos con la rasuradora, no sale agua caliente, o en la cocina, si el chinche aceite brincó y nos chamuscó un vellito.
De cierta manera a nadie debería de asustarnos, decirlas u oírlas, pero los cánones sociales tan estrictos nos lo impiden y quizás hasta cierto punto esté bien, pues imagínese usted al Presidente de la República, al Gobernador de un Estado, o al Alcalde, decir en una reunión con su gabinete. “Buenos días pinches guevones”.
La verdad yo también creo que en lo personal me incomodaría si alguien las pronuncia en una reunión familiar, aunque debo confesar que es ahí donde esas malas palabras, es donde los hombres son más bien portados y a quienes se les escapa el “hay pinche cabrón”, casi en susurro, es a esposas, novias, suegras, cuñadas, etcétera, a quien se les ha caído un plato en el pie, o les sucede cualquier cosa.
La verdad quien sabe sí el que diga o no, malas palabras una personas, hombres, mujer, joven o niño, tenga algo que ver con los sentimientos, pero hace poco leí, que según un estudio de esos que abundan en internet, quienes las pronuncia, son más honestos que otras personas. Vaya Usted a saber.
En las redes sociales hay quienes se autocensuran y solo ponen por ejemplo PTM, que la verdad no se qué querrá decir, pero me imagino, que es algo así, como (Pollitos, tengan maíz), bueno eso creo. La verdad en eso de las abreviaturas cada quien sabe lo que dice.
En mi opinión las malas palabras requieren una revaloración a nivel nacional y también en San Luis, pues incluso hay palabras que en otros países tienen otro significado y aquí se dicen como si nada. Ya ven en Rusia le dicen Putin al Presidente sin ninguna restricción, y si eso fuera en México, así nos iría.
Y no se trata también de que todos digamos esas “palabrotas”. No, la verdad, lo que pasa que ahora, con eso de que ahora todo se quiere reglamentar, hasta las protestas, a la mejor al rato, no vamos a poder decir “Como chingaos no” y la verdad las malas palabras además de ser un desahogo para todos, díganse como se digan, en privado o en público, tienen también un efecto social.
Ese efecto es similar al que proporcionan los medios de comunicación cuando publican una noticia, sobre un problema y la sociedad se refleja en ellas, lo que limita la acción social, en los seres humanos. Así también es con las malas palabras.
Todo es cuestión de encontrar un punto medio entre las cosas. Ni tan tan, ni muy, muy. Pues luego nos enteramos que desde el barrendero hasta el más encumbrado académico de todas las lenguas habidas y por haber, así como el más respetabilísimo ciudadano las dice, y que no solo él lo hace, sino su esposa también.
La verdad mejor ahí le dejamos, que cada quien haga de su vida un cacahuate y que si las quiere decir, lo haga con toda libertad. Finalmente las malas palabras no definen el alma de una persona, a menos que esas malas palabras se conviertan en acción.