Roberto Gutiérrez
Primeramente una disculpa a quienes han seguido esta narración, pues la semana anterior no se envío esta colaboración a la Revista Potosina de Educación, la que hoy se reanuda.
Si para un futbolista su sueño es jugar en el extranjero, para un periodista su consagración es ser corresponsal de guerra, así literal, pese a los riesgos, a los peligros a todo lo que implica salir a vivir y después contar las historias que ha presenciado.
Esa es la más alta distinción que puede recibir un obrero de las letras; pero en ese universo, entran desde luego otros periodistas que también luchan diariamente en las redacciones de los diarios de la Frontera, por hacer realidad sus aspiraciones.
Por ejemplo en Tamaulipas parte de esos anhelos era ser reconocidos como ejemplo de otros, tanto en su calidad para escribir, como en su valentía para exponer problemas como el tráfico de personas a los Estados Unidos por los “pateros”, que dominaban la región a lo largo del Río Bravo y amenazaban a quienes se metían con ellos.
También ser reconocidos como periodistas valientes por sus denuncias en contra del narcotráfico que en la década de los 90s, era en Matamoros, la cabeza de playa de un emporio que florecía en el país y que se alimentaba de los cárteles colombianos principalmente que traficaban estupefacientes.
También había periodistas que seguían modelos de directores, o jefes de información que habían dirigido diarios como El Bravo, o la Opinión, o bien como los asesinados Ernesto Flores Torrijos, director del periódico El Popular y Norma Moreno Figueroa, columnista valiente acallada por balas asesinas.
En la frontera hay muchos periodistas unos buenos, otros mejores y algunos malos, pero todos valientes, sin embargo aun cuando hay un respeto mutuo a esta actividad, también se observa una lucha subterránea por hacer prevalecer una presunta “superioridad”, de unos en contra de otros, por aparecer como los “mejores”, los de mayor experiencia y conocimientos.
Sin embargo todo eso pasa a segundo término cuando hay una causa común, eso lo observé siempre en muchas fechas conmemorativas como el asesinato de los periodistas Ernesto Flores Torrijos y Norma Moreno Figueroa, acribillados a las puertas del periódico El Popular en Matamoros.
En alguna de estas fechas de aniversario me invitaron a hablar a uno de los mítines que se hacían en la Plaza Principal de la Ciudad, para demandar el esclarecimiento de esos asesinatos que siguen sin hallarse a los culpables, en esa ocasión dije que los “Asesinos tienen cara de miedo” y que “también es cómplice quien calla”.
En Tamaulipas había en esa época en la que me tocó ser director editorial del periódico El Bravo, una unión entre periodistas que se daba en lo fundamental, podían tener discrepancias entre unos y otros, quizás hasta problemas en las redacciones donde laboraban o bien pelearse por una y otra exclusiva como un buen profesional lo hace, sin embargo, siempre vieron por el gremio de periodistas, lo que me pareció muy loable.
La Asociación de Periodistas de Matamoros, que los aglutinaba a todos, había incluso construido la colonia de los Periodistas, en terrenos donados por la Presidencia Municipal, lugar en el que muchos de ellos hicieron sus casas, sin embargo eso no reñía con su obligación de denunciar lo que estaba mal en la ciudad, y yo lo vi, lo observe.
Había una cortesía entre autoridades municipales y la asociación de Periodistas, pero nunca hubo complicidad, lo que siempre admiré en cada uno de los dirigentes de la Asociación que me tocó tratar cuando, fui director del periódico El Bravo.
Lo que si percibía era temor cuando se hablaba del fenómeno del narcotráfico, de Juan García Abrego, de don Juan N. Guerra, de lo ocurrido en la Clínica Raya, de los asesinatos e historias del narcotráfico fronterizo que a cada momento se contaban, pero era un miedo de ese que solo se percibe cuando conoces bien a una persona, o la has tratado muchas veces, entre los periodistas del Bravo, tanto de la sección policíaca como de locales, de otra forma no.
Ese miedo sin embargo siempre desaparecía cuando había que escribir y hacer la crónica de lo que ocurría y enfrentarse a alguna posible reclamación por la publicación de alguna nota, que molestara a alguien, incluso a las autoridades de aduana, o de la policía, que al momento de agredir a algún periodista, se ponían al mismo nivel de delincuentes y narcotraficantes así lo percibí siempre, por eso creo que del periodismo fronterizo aún con todos sus defectos y errores tiene pendiente un reconocimiento nacional como una fuente de inspiración y profesionalismo en el país.
El Hermano de Juan García Abrego
En una ocasión le encargue a la periodista Clara Gutiérrez, una nota sobre el derrumbe de algunas casas del Centro Histórico de Matamoros, que eran destruidas para realizar construcciones nuevas, lo que destruía el patrimonio de la ciudad, en particular sobre una casa muy grande del Siglo XIX, ubicada en la calle Primera, cerca del Río Bravo.
Fue el fotógrafo y Clara hizo un reportaje el cual publique al día siguiente en portada con el título “Destruyen el patrimonio histórico de la Ciudad”, en la nota la reportera no mencionó a ningún dueño del inmueble, solo que los dueños (particulares) habían destruido sin la autorización del INAH una casa antigua.
Al día siguiente llegué temprano a mi oficina, Juanita mi secretaria me llevó un café, me entregó el informe de producción del periódico de ese día, que contenía el tiraje y me dio varios mensajes y me recordó la agenda del día.
A las 12:00 horas visitaría el periódico la licenciada Martha Elvia Rosas cónsul de México en Brownsville Texas, una señora muy agradable, al fin diplomática, que al enterarse del cambio director en el diario, insistía a reunirse con frecuencia conmigo, para tratar asuntos migratorios que comúnmente se exponían en el periódico.
Así sentado revisando papeles en mi escritorio y tomando café, observé por el vidrio que entró a mi oficina son pasó muy apresurado un señor chaparrito gordo, en comparación con mi estatura, de bigotes y lentes pero muy bien vestido.
A esa hora en la mañana casi no había personal en la redacción del periódico, Juanita mi secretaria dejó el café y se fue, por lo que vi muy agitado a este señor que entró sin anunciarse. Sin perder la calma le dije buenos días, en que le puedo servir.
A gritos me preguntó que si yo era el Director le dije que sí. Sabía que el señor se había metido al periódico sin permiso, pues había guardias que siempre fueron elementos del Ejército, que se contrataban para vigilar la entrada y no dejar pasar a nadie, a menos que fuera autorizado, pero esa ocasión el guardia nunca apareció, aun cuando yo lo buscaba con la vista pensando que entraría también detrás de esa persona, lo que nunca ocurrió.
Muy extrañado le dije ¿Qué se le ofrece? y otra vez a gritos me preguntó ¿Es usted el director del periódico? Y le dije que sí. Me dijo que él era el dueño de la propiedad que nosotros publicamos en el periódico, que él la había comprado y podía hacer con ella lo que le diera su gana, que no nos metiéramos con él, pues su dinero le había costado.
Yo permanecí callado, observando sus gritos y manoteos, pero no dije nada. Era la primera reclamación que vivía en persona en el periódico y para colmo el policía que cuidaba nunca se apareció. Además desconocía quién era ese señor, que entró agitado y molesto a mí oficina.
Sin embargo la visita fue muy rápida, después de decirme lo que él creyó que era lo suficiente, para que no publicáramos nada sobre su propiedad, se fue haciendo para atrás como quien quiere salir y gritando me volvió a decir: Esa propiedad es mía yo la compré y voy a hacer con ella lo que yo quiera y me aventó una tarjeta al escritorio y se fue.
Sin moverme de mi silla donde permanecí de pie, como lo hice desde que entró a mi despacho hasta que se fue, cuando salió, tomé la tarjeta entre mis manos y leí. Humberto García Abrego y el nombre de un negocio. Era el hermano de Juan García Abrego, dueño y todopoderoso amo de vidas y haciendas de esa parte de la frontera de México, a quién habíamos molestado con la publicación de un reportaje en el que me atreví a pedir, que no se destruyeran las casas antiguas de Matamoros, pues era parte de un patrimonio histórico muy valioso.
Mi oficina estaba en un cubículo que era todo de vidrio, por lo que yo podía ver todo el diario y extrañamente no había nadie, ni el guardia, por un momento pensé en hablarle y reclamarle porque había permitido que se metiera persona a mi oficina, no sé si lo amenazaron o le dieron dinero, lo cierto es que el guardia se fue y nunca volvió a aparecer.
UNA REDACCION GRINGA.
Como el periódico seguía creciendo y renovándose tanto en imagen como en contenido, un día don José Carretero Balboa dueño del periódico El Bravo, me pregunto que podíamos hacer para entrar al mercado norteamericano del sur de Texas, por lo que le propuse hacer una sección de inglés, con noticias de la frontera y de México, que fuera encartada en la edición diaria. Le gustó mucho la idea, por lo que me pidió que hiciera lo necesario para publicarla.
Lo primero que hice fue contratar dos reporteros en Brownsville Texas y un traductor y un corrector. De eso hace 25 años y la verdad no recuerdo los nombres, pero esas ediciones que se hicieron deben estar ahí guardadas. Recuerdo al corrector un negrito que había llevado un México-americano a quien conocí en Brownsville, un señor ya muy grande que había estado trabajando en Alaska en un buque carguero, durante muchos años y se había ido a la frontera para huir de los fríos.
Cuando platiqué con él le interesó mucho el proyecto del periodiquito en inglés y me dije que él me ayudaría con la revisión de los textos, pues mi inglés era malísimo. Confié totalmente en él, incluso con el tiempo lo invitaba a comer a mi casa y después les dio clases de inglés a mis hijos, lo que les sirvió mucho pues una temporada los mandé a estudiar a Washington DC, con familiares míos que vivían en la Capital Norteamericana.
Teníamos en común el gusto por el whisky Buchanan, por lo que cada que teníamos oportunidad nos reuníamos a platicar, el de sus aventuras por Alaska y de todas sus travesías en altamar y yo de San Luis Potosí.
Que riqueza tienen los hombres que han surcado los mares, sin duda alguna mucha más de todas que nos podamos imaginar quienes trabajamos en tierra, pues para ellos el peligro es inminente, a cada minuto a cada hora, su vida está a la deriva y para estar ahí, tienen que olvidarse de todo y de todos, familia, amigos y durante semanas, meses y días, navegar solo con el mar y el cielo de compañía.
Sus historias siempre me asombraron y podría jurar que todas eran ciertas, pues una de las cualidades de un periodistas, además de saber escuchar y preguntar, hay también la capacidad de discernir entre lo cierto y lo falso, aun cuando flaqueemos ante la imaginación, que para serlo, siempre estará ligada a la experiencia.
La historia que siempre contaba era la de la aparición de una sirena en el mar, que le había hablado para que se tirara del barco por ella y a la que un día le tomó una fotografía que me enseñaba, en la que aparecía una mujer difusa no rubia, sino blanca, desnuda de la cintura hacia arriba, sentaba sobre un gran trozo de hielo. Historia que aún me sigue asombrando.
Un día ese viejo lobo de mar, que para soportar las terribles temperaturas se tomaba un litro diario de escocés Buchanan, me dijo muy serio Roberto, “No sé qué estás haciendo aquí en la frontera, con tus familia y exponiendo a tus hijos en una ciudad tan violenta. Con lo que sabe ya deberías estar en alguna ciudad de los Estados Unidos trabajando o haciendo tu propio periódico”. La verdad fue algo que nunca pensé, quizás las raíces de mi familia me ataban tanto que sentí debía regresar, como finalmente lo hice.
Lo que viví sin embargo fue para mí muy interesante por ejemplo conocer como el periodista norteamericano y los diarios de ese país trabajan totalmente diferente a las redacciones de los diarios mexicanos, pues acá mientras nos interesa más el número de notas, allá es la calidad.
A esa dificultad entre otras me tuve que enfrentar, al dirigir a un grupo de reporteros norteamericanos para hacer nuestra edición en inglés, pues necesitábamos una redacción gringa, con reporteros que hicieran notas sobre la frontera y los problemas comunes entre los dos países en ese punto.
Cuando hablé con ellos para contratarlos, me dejaron muy claro que solo escribían una nota diaria, por lo que así se tuvieron que contratar, se les pagaba un salario profesional pero solo escribían una nota, eso si bien reporteada, con muchos datos y profesional, debo reconocerlo.
Esa es una diferencia abismal entre los periodistas mexicanos y ellos, pues en el Bravo, los reporteros escribían cinco o seis, incluso hasta siete notas, si se requerían, lo que perdura hasta ahora en muchas redacciones del país y demerita la calidad.
Después de realizar varias pruebas y publicar el número cero en la edición del día del periódico El Bravo, convocamos a una ceremonia en Brownsville Texas, ciudad vecina de Matamoros, a la que invitamos a los dos alcaldes de las ciudades, a diputados y senadores de México, así como a gente de la Cámara de Comercio del sur de Texas, del Puerto de Brownsville, empresarios y gente destacada de las dos ciudades a la presentación de nuestra nueva edición.
Era el primer periódico Mexicano, hecho en inglés que entraba al mercado norteamericano, creo en toda la franja fronteriza entre los Estados Unidos y México. (Continuará).