Roberto Gutiérrez
Los recuerdos de la niñez de muchos de nosotros tienen, en la Escuela Primaria, los mejores antecedentes de todo lo que hoy nos ocurre en la vida diaria. Quien por ejemplo ¿no se enamoró de su maestra alguna vez? ¿De una compañera de clases?, ¿o quien no conoció también el miedo a un regaño público del maestro, a un reglazo, que le aventaran el borrador, o a que le jalaran las patillas?, provocando la risa de todos los niños.
La escuela primaria era entonces el primer eslabón en la cadena de la formación académica, de ahí partían los cimientos que se construían para iniciar a un estudiante ejemplar, un deportista que aspiraba a los grandes escenarios y desde luego, hay que reconocerlo a uno que otro descarriado.
Ahora parte de ese antecedente que no ha dejado de ser la Escuela Primaria, se observa también en preescolar, con niños que entre los 3 y los 5 años, tienen una gran capacidad de conversación, de comprensión de su entorno, que muestran aptitudes para la música, flexibilidad para el deporte o en el estudio, lo que constituye un nivel donde ya se puede sembrar a una edad más temprana, porque simplemente la sociedad se ha transformado.
Antes muchos pequeños se inscribían en primeria, sin pasar incluso por el “Kinder”, pues solo bastaba que hubiesen cumplido seis años, para hacerlo hasta que preescolar fue obligatorio, para asentarse en lo que hoy ofrece: un campo fértil, para mejorar la calidad de la enseñanza con la preparación de los niños a más temprana edad.
De los años de primaria, recuerdo a mi maestra de piano. En ese entonces la música era una asignación obligatoria en las escuelas públicas y privadas, por lo que había piano y una persona que lo tocaba para enseñar a los niños el arte de esa conversación que transforma el alma.
Alta, de pelo rojizo, de una piel muy blanca, de una edad indefinida para los niños, mi maestra de piano, siempre fue una dama elegante, con collar de perlas, originales o no, a nadie le importaba, solo que era quien nos abría el camino de la libertad a través de la música.
Recuerdo que nos formaba en fila india y uno por uno pasábamos junto al piano a entonar una canción, por lo que yo, en cuanto abría la boca, para cantar, siempre decía “el que sigue”, seguramente por desafinado en ese ejercicio que mi maestra realizaba para descubrir al nuevo tenor en ciernes de la música mexicana, lo que nunca ocurrió.
La música tanto como el deporte, eran asignaturas formativas, que contribuyeron a alentar el espíritu y que hoy se requiere reforzar en las escuelas públicas, igual a las materias de Civismo y de la Historia de México, que se requieren para crear ciudadanos que respiren luz.
La escuela nos marca desde nuestros primeros años, eso es muy cierto y prevalece como una doctrina que se continúa toda la vida, aspirando siempre a ser como nuestros maestros, o a competir con nuestros compañeros estudiosos, por eso en ella están los mejores antecedentes de todo lo que nos ocurre hoy en la etapa de adulto y que siempre deberíamos rescatar.