Desde el año 2014 que se organiza el Premio Global al Maestro, que se entrega “el premio Nobel de la Enseñanza” a un docente que realmente se distinga en su disciplina. Este año se recibieron más de 20.000 nominaciones de 179 países y se seleccionó a 50 finalistas. La cumbre de la educación., que se llevó a cabo en Dubái este mes, terminó con la elección del mejor profesor del planeta.
Este premio, que se les entrega a los maestros más innovadores y comprometidos del mundo y que, además, tienen un impacto inspirador en sus alumnos y en su comunidad, consta de un millón de dólares. Este año se lo llevó Maggie MacDonald, una profesora que enseña en un remoto pueblo de la comunidad inuit, llamado Sallauit, en el Ártico candiense, reconocido por su altísima tasa de suicidios.
Yo me pregunto cuántos miles de Maggies deben existir en el mundo, que ejercen una labor silenciosa, de vocación y que sueñan que cada uno de sus alumnos pueda lograr un mejor futuro gracias a la educación. Estos profesores y profesoras logran que los estudiantes accedan a una mejor calidad de vida, rompiendo el círculo de la pobreza al otorgarles herramientas para cambiar su realidad.
La persona que está detrás de este premio es un indio Sunny Varkey, y creó precisamente esta instancia para recuperar el estatus y el reconocimiento que alguna vez tuvo la profesión docente.
Se ha discutido mucho sobre cómo mejorar la calidad de la educación, pero también habría que trabajar más profundamente el principio de que, para lograr una educación de calidad, se deben tener docentes que se sientan valorados y respetados en su profesión, ya que ser profesor es estar llamado a entregar un servicio profundamente social, tener el deseo de impactar en la vida de las personas, conjuntamente con las ganas de mejorar la sociedad.