Roberto Gutiérrez
Lo que aquí escribo no tiene ningún otro fin, más que narrar mi experiencia en un diario de la frontera. Como llegue a él, que hice y lo que pasó y vi, durante los años que lo dirigí. Contar sobre todo lo que me enseñó la gente de Tamaulipas a quien admiro por su valor, franqueza y el amor a su país. Mexicanos que construyen en cada uno de sus actos, una barrera infranqueable ante el riesgo de avasallamiento de nuestra cultura por el país más poderoso del mundo.
Pero también mi punto de vista sobre los problemas sociales eternos, principalmente el calvario de los migrantes que intentan cruzar hacia los Estados Unidos, el trasiego de drogas, la relación entre mexicanos y norteamericanos de la frontera, los intereses de uno y otro, así como la situación política de México y el comportamiento de hombres de empresa y políticos y sus aspiraciones, además de su pleito con lo que ellos llaman el Centro, pero también su sujeción por intereses económicos y políticos, que soportan sin apartarse nunca de su “cultura” y su visión sobre el México actual.
Lo que cuento no busca denostar, ni criticar, ni hablar bien de nadie. Ni mucho menos decir que mis vivencias en esos años de la última década del Siglo XX, en la frontera, entre México y los Estados Unidos, fue algo excepcional, no es la intención, pues cualquiera que tenga una meta la puede cumplir, con solo soñarla.
Solo quiero dejar un testimonio, una anécdota para quien busque pasar el rato y quiera conocer sobre mi experiencia personal, de la que por cierto, puedo decir ahora, con satisfacción que después de todos los riesgos que implico, me dio la oportunidad de regresar sano y salvo a mi tierra San Luis Potosí.
Volver con muchos amigos y con las manos limpias igual como me fui, sin dinero, ni autos, ni posesiones, ni nada, aun cuando hubiera sido muy fácil obtenerlas, y desde luego el de regresar solo con la satisfacción de haber aprendido un poquito más de ese oficio maravilloso, mágico que es el periodismo.
Todos tenemos una historia que contar esta es parte de la mía, y hoy a casi 25 años de que salí a ese lugar por primera vez, puedo decir que si busqué experiencia la obtuve, aun cuando la vida me la ha cobrado demasiado caro.
Qué ahora muchos años después entiendo que por seguir esa vorágine de oportunidades que tratan de consagrar la aspiración personal, nos apartamos de quienes nos quieren, de quienes dependen de nosotros y los dejamos involuntariamente por buscar nuestros sueños, sin pensar que ellos también tienen los suyos y su propio destino y que si no caminamos a su lado en cualquier momento nos pueden dejar, como me ocurrió a mí con una pérdida, de la que aún no he podido levantarme y que me ha marcado para siempre y que no deseo sufra nadie más.
EL BRAVO
Dirigir un periódico es una de las experiencias más extraordinarias de la vida, hacerlo en la frontera entre México y Tamaulipas, lo fue más por una razón muy sencilla, se ejerce el periodismo entre dos culturas totalmente diferentes, tanto en la política, como en problemas comunes que afectan a dos naciones, entre ellas la migración, además del narcotráfico, el tráfico de personas y los problemas económicos, que une a los ciudadanos de uno y otro país con un solo objetivo, subsistir.
La frontera entre México y Texas de la década de los 90s, del Siglo pasado, fue una de las más vulnerables, pues todo se permitía, tanto del norte al sur como del sur al norte. Esto era fácil observarlo pues la Compañía periodística de El Bravo tenía oficinas filiales en el Sur de Texas, con un área de publicidad, reporteros y fotógrafo, pues finalmente es una comunidad solo dividida por un puente, un idioma y un país diferente.
Las familias de Matamoros Tamaulipas unas viven en Brownsville y otras en el lado mexicano, trabajan allá, viven allá, pero sus intereses están en México. Del lado gringo sus intereses económicos están del lado mexicano, tanto con negocios establecidos, como con clientes, que cada fin de semana o a veces diarios cruzan el Puente Internacional, para comprar desde el pollo que cocinarán ese día, hasta la ropa que usarán de temporada, automóviles y en algunos casos el estudiar.
Esa vecindad, intereses, hermanamiento, forman en gran parte los lectores de el periódico El Bravo, tanto en el Sur de Texas, como en México, pues ese diario fundado a principios de los 50s, en la que comenzaron a escribir desde muy jóvenes hombres de talla universal, como Gabriel Said, mexicano excepcional a quien tuve el privilegio de tratar por vía telefónica y de recibir sus libros autografiados, es un periódico referente en la vida fronteriza y consulta obligada para sus habitantes desde Ciudad Victoria a Matamoros y desde Brownsville Texas a San Antonio.
Cuando asumí la Dirección de El Bravo, mi primer objetivo fue cambiar su imagen. El Bravo era un diario importante pero con una arquitectura editorial de los años 50s, se formaba aún en las mesas con exactos, se cortaban las cabezas y se pegaban en papel para formar las planas en plena década de los 90s, año en el que ya estaban en el mercado as computadores de Apple, la famosa Macintosh. Entendí que por ahí había que comenzar cambiando radicalmente la presentación del periódico para después mejorar el contenido.
Los diarios son básicamente su dirección, después su redacción y finalmente su equipo operativo y técnico. Cambiar o mover organigramas de producción siempre tendrá una oposición a nivel de personal, pero si se quiere transformar es necesario comenzar a cambiar de forma piramidal de arriba hacia abajo.
Mi primer obstáculo fue el sindicato de los trabajadores del periódico El Bravo, nunca fue mi intención despedir a nadie, sin embargo la empresa sabía que con un cambio en los procesos de formación del diario con un nuevo equipo de cómputo, la reducción de trabajadores era un platillo apetecible que se podía aprovechar.
Los cambios en la arquitectura editorial los comencé poco a poco. Quité plecas de la portada, abrí más espacios para fotografías, aun cuando no había fotografía digital y el color se hacía también a punta de exacto o cutter, no desistí y traté de empatar los tiempos para la incorporación de más fotografías en la portada.
En ese tiempo como seguramente se hizo durante los últimos 40 años anteriores, El Bravo solo llevaba una foto de color en portada y mancha de color en los anuncios, casi siempre orejas que le daban un aire más que provinciano al diario.
Todo iba bien hasta que un día a las 4.30 de la mañana fueron a tocar a la puerta de mi casa. Era el jefe de circulación un joven defeño que se había ido a vivir a Matamoros, tratando de cruzar a los Estados Unidos pero que al no lograrlo se quedó en la Frontera.
Abrí medio soñoliento y me dijo que el gerente del periódico Carlos Peña, había muerto en un accidente, cerca de Playa Bagdad. Así se conocía a la playa de Matamoros, pues en el Siglo XIX fue gran puerto marítimo que dio origen a la fundación de la ciudad. Le pedí que me esperara para vestirme que iría con él, para ver a Carlos. En el camino me platicó que el gerente había salido en la noche a la playa y que su carro se había quedado sin frenos, por lo que chocó con un bordo de contención, que está a la orilla del mar. El cuerpo lo habían trasladado a una funeraria por lo que me llevaron ahí y aún estaba sin preparar. Tendido sobre una madera, vi que tenía un orificio en la frente, en ese momento no relacioné que lo había causado, pues cuando me dijeron que había muerto en un accidente pensé que se había pegado con algo, ahora sé que le dispararon en la frente, estaba pálido, casi blanco, había perdido mucha sangre, su cuerpo se empequeñeció. Mi impresión fue tremenda. A Carlos lo conocí cuando llegué al periódico El Bravo, me dijo que era de Monterrey, apenas unos días antes me había invitado a su casa, tenía tres hijas, muy pequeñitas una de ellas la más grande muy platicadora, le dijo delante de mi a Carlos, “papá, porque a todos los que llegan a Matamoros, los invitas a cenar carne asada”, todos reímos de buena gana. Conocí también a su esposa, en ese entonces tenía a un bebé en brazos. La última vez que los vi fue en el funeral de Carlos, para mis adentros entendí que estar ahí ya no era un juego… (Continuará)..